10.3.05
La comunicación del momento
La cuestión se presenta como un dilema cuya respuesta sólo la posee el inclaudicable paso de los años y sus ofuscadas razones. Una ironía tan perfecta que asusta, como el chascarrillo en la sobremesa arrojado impunemente y que deja a los comensales perplejos, en la duda de reir o aclarar la garganta y cambiar de tema. Nada menos que el mejor retrato de la carrera insólita del hombre por progresar en una ciencia que cada día lo aleja más de su naturaleza salvaje, de su atávica condición animal, que resulta pisoteada con desprecio por alguna vez haber existido.
¿Qué dirán las futuras generaciones cuando el ser humano haya vuelto a sus orígenes tras una involución totalmente merecida sobre nuestra época; la llamada Era de la comunicación? Cómo quisiera estar en el momento que el calor del ajetreado y viejo Sol derrita los gélidos océanos conformados por el calentamiento global y con el asombro de un nene que recibe un paquete con un moño cerrado la civilización venidera encuentre las ruinas de nuestro futurístico mundo. Me desvela la idea de imaginarlos aseverando firmemente que las infinitas pilas de aquellos minúsculos dispositivos con antena, números y caractéres de una lengua muerta nos servían realmente para comunicarnos de una manera mejor. Si tan sólo supieran que nos jactamos de mejorar la forma de entablar un diálogo con el prójimo, pero no tenemos nada de que hablar... o lo que es peor: que no nos interesa en absoluto lo que el otro nos pueda llegar a decir. Me pregunto si se maravillarán con los vestigios de nuestras imponentes torres y sus miles de antenas al servicio de la comunicación que acortan a milímetros las distancias. Cuánto daría por saber si les adjudicarán poderes místicos, divinos, como nosotros lo hicimos con las pirámides etérnas que heredamos de nuestros ancestros y que jamás supimos comprender con exactitud su propósito. Seguramente se generen leyendas, mitos y toda una cultura prehistórica sobre los avanzados métodos de dar con la imagen y la voz del otro en cualquier parte del universo en cuestión de segundos, aunque profundo en la raíz de esos cuentos para chicos la verdad del miedo que nos genera hablarnos cara a cara permanecerá oculta. Ni que hablar del momento en el que sean hallados los registros de lo que alguna vez denominamos Internet, el disfraz ideal para la verguenza que nos provoca admitir que vamos rumbo a un sendero de ignorancia total alejados de los libros que atesoran lo único destacable de la humanidad: el arte.

No quiero que el legado de los hijos de la Era de la Comunicación sean simplemente formas más dinámicas, sencillas y atractivas de intercambiar información. Ojalá, cuando a los chicos de las eras venideras se les hable del Hombre del 2000, se despierte en su imaginación la presencia de seres que vivieron una epoca de cambios vertiginosos en los contenidos de sus mensajes, en el peso de sus ideales, en la tenacidad de su palabra... tal como hoy suspiramos de pasión ante el Romanticismo, no por sus mejoras en la técnica de la escritura en tinta sino por el amor inflingido en cada metáfora.
 

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