24.9.05
Reinado de sangre
Jabbar abrió los ojos lentamente con las ideas aún desordenadas y con un gusto extraño en la boca que jamás había saboreado. Le llevó un tiempo aclarar sus pupilas, pero una vez que pudo volver completamente en sí se percató que se encontraba encerrado dentro de un lugar pequeño y muy extraño, con el suelo de paja y unos palos fríos del ancho de la rama de un árbol separados por tan poco espacio que apenas si podía pasar una de sus pesadas garras por entremedio. El ambiente era húmedo, tal como en su amada sabana antes de la tormenta, aunque aquí el relente era permanente. A su alrededor pudo reconocer a otras especies animales como él que en algún momento de su vida había cazado o se había cruzado tomando agua de la vertiente, recluídos cada uno dentro de un espacio similar al que él estaba metido.
Lo último que recordaba era estar supervisando a la manada de leones de la cuál era el jefe mientras los cachorros disfrutaban del banquete de un cebú recientemente cazado por las hembras, que luego de haberse llenado el estómago se hallaban recostadas panza arriba dándose un baño de sol. De esa imagen hasta ahora no había ningún otro recuerdo salvo un estruendo similar al de un trueno y el dolor provocado por un pinchazo a la altura de uno de sus muslos. Luego, todo oscuridad hasta ahora.
Dentro del poco margen que quedaba disponible entre las paredes con barrotes que lo contenían intentó moverse inútilmente. Sus músculos todavía estaban entumecidos y los notó considerablemente más pequeños. A decir verdad, Jabbar no sabía a ciencia cierta cuanto había pasado entre aquel momento cuidando de sus semejantes hasta estar aquí en este mundo extraño.
Al malestar físico que sentía desde que despertó de ese sueño sin tiempo se le agregó un hambre rotundo como hacía mucho no lo sentía. Era como si su estómago le estuviese pidiendo que se remonte a la época en la que era jóven y entre los suyos lo consideraban el más glotón del grupo por su pasión por la carne de cebra. Su instinto del olfato recobró de golpe todo su esplendor y se dio cuenta que a un costado de su pata izquierda se encontraba una pierna de venado con un par de moscas rondando. De un bocado tragó la presa entera y por primera vez en su vida sintió asco al devorar un pedazo de carne... ¡¡no era lo mismo!! No era antes así el sublime momento de comer. Su linaje real lo definía como un noble Rey de sus tierras y un cazador nato, no como un esclavo carroñero. Definitivamente sus colmillos extrañaron la temperatura caliente de la sangre al entrar en contacto con la fibra, y sus filosas uñas le imploraron introducirse en el cuerpo de la victima mutilada muchas horas antes por quién sabe que otro depredador... ¿Qué era este aterrador y desconocido paraje en el que se encontraba? ¿Dónde estaban los demás? ¿Quién lo había alejado de sus hembras y sus hijos? Sintió una terrible ira que le recorrió las entrañas, y una necesidad brutal de salir en busca de los suyos para protegerlos.

El instinto continuó su camino de despavilamiento. Al sentido del olfato y el gusto enteramente recobrados se les había sumado la vista por completo; y sus oidos ahora captaban todo el entorno a la perfección: en las cercanía podía escuchar unos sonidos que provenian de unas figuras de dos patas que se desplazaban para aquí y para allá. Temió por su integridad y por su manada, y fue así como el sentido del tacto, retornó repentinamente fortaleciendo sus extremidades con el vigor que definía su raza. Empezó a moverse dentro del pequeño recinto, y los barrotes metálicos comenzaron a ceder. El techo que le oprimía la cabeza sintió el asedio reiterado de una auténtica fiera buscando liberar miles de años de existencia indomesticable y voló por los aires seguido por el animal, que empezó a correr siguiendo fielmente a su implacable instinto...

Cuando los cuidadores de las jaulas se percataron que el león había escapado, tomaron sus rifles y salieron a buscarlo. Jabbar sabía que esas figuras extrañas irían por él, entonces los esperó agazapado detrás de un árbol a pocos metros de aquella jaula. Sin problemas pudo abatir a uno de sus perseguidores, hundiéndole sus fauces a la altura de la garganta, tal como su identidad felina lo demandaba. Y se disponía a saltar en busca de su siguiente agresor cuando nuevamente sintió otro sonido similar al del trueno pero esta vez en lugar de un pinchazo en la pierna, sintió como si el fuego le hubiese mordido el corazón.
El Rey cayó desplomado sobre la tierra, y antes de que sus ojos se cerraran por última vez pudo recordar a sus crías lamiéndole el ocico mientras jugueteaban a la orilla de aquel río en su amada y calma sabana. El corazón herido por el fuego le latió con una felicidad tan feroz que su cuerpo no pudo soportarlo y dejó de latir para siempre.

Una muerte más a manos del salvaje reinado de sangre del hombre.
 

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4.9.05
El acertijo
Luego de mucho tiempo me asomo a mirar por el ajetreado ventanal de mis emociones. Qué raro es el paisaje que se brinda ante mi como un óleo renacentista... si tan sólo tuviera la capacidad para entender a la pintura, quizás así podría interpretar este cuadro y en base a eso saber bien qué se hace cuando hay que volver a empezar, cuando hay que renacer.
Apoyo mis manos en el marco de marfil finamente tallado por elfos y duendes que ya no me visitaron más y asomo mi cabeza lo más que puedo. Cuan extraños son los sonidos que provienen desde el exterior. Parecen parte de una partitura de una canción de orquesta clásica llena de claves de sol, silencios y chorcheas que estoy seguro de que me están susurrando al oído las respuestas al dilema de quién soy... cómo quisiera saber leer un pentagrama y comprender la música para escucharla atentamente y quizás así resolver qué hacer.
Desconcertado y asustado por el vértigo de ese brusco asomo hacia las profundidades de mi interior, acudo como una abuela dogmática a los viejos libros que están atiborrados de explicaciones para todo aquello que acontece en la vida en busca de alguna seguridad, de alguna pista. Para mi desagradable sorpresa, pese a que sé leer a la perfección el idioma del Ser y hasta lo sé traducir en otros idiomas, en la literatura no logro encontrar el tomo que contiene la receta para dar con mi propia identidad y forzarla a un encuentro conmigo mismo con el libro como mediador obligatorio.
A punto de resignarme y haciendo uso de mi última carta, decido recurrir a las oligárquicas Ciencias, dispuesto a asociarme a sus frías explicaciones que tienen como meta descubrir la verdad sin importar las consecuencias y sistematizan los sentimientos como si se tratara de conocimientos. Lo sé, no existen palabras para describir semejante traición al resto de las artes, pero quizás en el 'arte' del método científico se halle la llave para abrir mi caja de Pandora. Además, mi desesperación es tal que no me permite perder más tiempo... Como era de esperarse, ni en la hipótesis, ni en la prueba, ni en la refutación y mucho menos en la conclusión el extraño subuniverso denominado Ciencia posee la más ínfima respuesta a lo que me acontece.

Harto, resignado y casi sin energías caigo desplomado sobre el ventanal.

Luego de hacerse rogar una eternidad en mi búsqueda interna, La Solución se presenta ante mi sigilosa y hace su gran aparición repentinamente...

No soy lo que veo, no soy lo que escucho, no soy lo que leo, no soy lo que aprendo:

Soy lo que escribo.

-No tengo más nada que buscar-
 

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