6.1.06
Gavilán
La percepción de la realidad fue ganándole la pelea a su eterno descanso de a poco, y como suele suceder en ese sublime momento de transición entre el despertar y la vigilia, los sonidos del ambiente se introdujeron en sus oídos sin pedir permiso. El primer rayo de luz que despuntó del alba se le ensartó directo en su ojo izquierdo como un puñal arrojado por una deidad, eliminando por completo toda chance de volver a caer en la tranquilidad del sosiego. Y una armoniosa partitura de viento le recorrió la espina dorsal desde el principio del pentagrama de su gigantesco cuerpo escamado hasta llegar a la clave de sol de su cola puntiaguda haciéndolo estremecerse del frío matinal.

No recordaba demasiado. En verdad, no se acordaba nada. Ni siquiera podia dar cuenta del tiempo que llevaba dormitando sobre ese monte oscuro y sombrío. No sabía como era que había llegado hasta ahí, estaba aturdido y desbordado por la confusión, pero con una certeza ancestral como su especie de que debía irse cuanto antes.

Con un movimiento que quizás duró días, meses o años enteros estiró cada una de sus tremendas extremidades, eliminando así el entumecimiento provocado por tanto tiempo sin uso. Una vez que pudo contar con cada una de sus vigorosas patas anchas como troncos de secuoyas, y que tensó bien todos sus tendones y músculos reiteradas veces para eliminar el óxido interno provocado por la falta de movimiento, estrujó fuertemente sus garras unas con otras hasta provocarse algo de dolor que le devolviera la certeza de que se encontraba vivo... Así fue como también se percató de qu seguían tan filosas y mortíferas como siempre.

No se acordaba casi nada de lo que acababa de soñar, y eso le llamó poderosamente la atención porque los de su raza poseían la habilidad de crear sus propios sueños a su antojo para luego recordarlos eternamente con memoria obsesiva. En cambio en este caso sentía que el argumento se lo había escrito el argumento una fuerza mucho mayor; que había caído bajo un encantamiento mucho más poderoso que cualquiera de los que él había urdido jamás.

Hizo un movimiento relámpago con su largo cuello hasta estirarlo en su totalidad de varios metros, giró su cabeza hacia su flanco derecho y pudo ver bajando el sendero que zigzageaba monte abajo una pequeña aldea con casas bajas hechas de barro y un puñado de seres humanos decorándolas y realizando algunas labores. En ese momento, algo dentro suyo resonó con la energía de mil truenos en una noche de tormenta eléctrica, y sintió una necesidad sobrenatural de expulsarlo por sus fauces... El cielo se dividió en dos mitades surcadas por una línea de fuego que iluminó como un segundo sol hasta el horizonte. Las raices de la tierra se estremecieron ante el rugido de un ser etéreo que comenzó a desplazarse hacia el borde del peñazco que sobresalía en la montaña a toda velocidad. Cuando no hubo más suelo donde pisar y la gravedad comenzó su conjuro de inexorable atracción hacia abajo, dos alas del tamaño de las nubes se estiraron por completo en su dorso y empezaron a agitarse hasta convertir al mastodonte alado en una punta de flecha con escamas desgarrando el firmamento.

Cuando pasó rasante sobre el poblado al pie del monte, tampoco supo comprender bien porque esa gente desde abajo vitoreaba con cánticos, danzas, aplausos, gritos y canciones su aparición repentina, pero sabía certeramente que eso le pertenecía, que formaba parte de él, tal como ese sueño que no recordaba y el fuego en su voz. Lo dominó una felicidad indomable que no se animó a responderse hacía cuanto no sentía, y se explayó con otro haz de infierno de su boca al tiempo que encaminó su rumbo directo hacia el sol.

Cuentan que una vez que el bólido escamoso se perdió en el poniente, mucho más allá de los océanos que rodeaban la isla del volcán y de los limites del mundo, el viejo hechicero de la aldea dijo a su gente:

El Dragon ha vuelto a volar en El Otro Viento...
 

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