31.7.07
Asuntos Reales
El Rey estaba sentado en su trono con su clásica expresión sobradora. No era para menos: Él era el hijo legítimo de los dioses. Su poder, ilimitado. Sus ideas, incuestionables.
En las paredes de la habitación se proyectaban los reflejos de los miles de diamantes, rubíes, zafiros y joyas que recubrían por completo el inmenso asiento probablemente obsequiado por algún pueblo sometido a modo de tributo. El resto del lugar estaba decorado con objetos de altísimo valor: espadas de oro, óleos gigantescos, armaduras plateadas recubiertas de esmeraldas y esculturas de todo tamaño. La más grande de éstas, una estatua ecuestre de marfil que inmortalizaba a un Rey todopoderoso en su corcel imponente.

A pesar de disponer de todos los bienes y comodidades posibles, esta noche el Rey no podía lograr la paz mental, y mucho menos la interior.
Un pensamiento le daba vueltas una y otra vez, impidiendo a las huestes del sueño pasar por sobre la barrera de la lucidez.
La pobre y pequeña ciudad de Ventrath no había pagado aún su tributo y pocas eran las chances de que lo hicieran. Bien podría mandar a un grupo de Arqueros Expertos para que la incendiaran por completo junto con sus pocos habitantes, aunque profundo en los terrenos de su negra conciencia sabía que esta vez no lo haría.
Es que en dicha ciudad, mientras realizaba una visita para reclutar por la fuerza bufones y soldados para el ejercito real, había visto a una muchacha joven y hermosa, quien a pesar de que El Rey estaba visitando la aldea había mostrado una indiferencia tal que sólo podía significar repugnancia hacia la figura de Su Majestad.

– Debo hacerlo. Deben pagar por su impertinencia... – se mentía...
- Tengo que ejecutarlos -, se volvía a engañar.
Lo había hecho varias veces y empleando los peores métodos: incendios, decapitaciones colectivas y mutilaciones a los ancianos eran sus favoritas. Pero esta vez no podía. ¿Por qué? No lo sabía. ¿Qué era? Mucho menos.

El puente elevadizo ya se había enderezado totalmente, y escoltado por doce caballeros y diez arqueros a caballo partió el joven Rey con rumbo septentrional. Muchas fueron las llanuras, los valles y prados que atravesaron, pero finalmente las puertas de Ventrath estaban frente a sus ojos.
Cuando una anciana preguntó al Rey el motivo de "su noble visita", un arquero disparó por orden directa del Rey contra el pecho de la señora, matándola de inmediato.

– Asuntos Reales – respondió Su Alteza.

El frío anochecer no tardaría en llegar así que fueron hospedados en la mejor casa del pueblo. Una vez dormidos los guardias, se marchó a buscarla dominado por la obsesión. Finalmente, luego de mucho deambular por el lugar, la encontró fervorosamente a gusto con un joven de cabello negro y espalda prominente en un recoveco en el patio trasero de una pequeña casa.
Algo dentro suyo se partió en dos produciendo el mismo sonido que hacen las olas al romper contra un acantilado, y entre las saladas lagrimas, sueños cortos e ideas macabras las horas dormidas esa noche no fueron muchas.

La tarde siguiente se organizó un festival para celebrar la visita del Rey y sus valientes soldados en Ventrath. El Rey se aburría mientras frente a sus ojos ocurrían toda clase de malabares, cruzadas, combates cuerpo a cuerpo y competencias de destreza.
La somnífera competencia de arquería tenía un ganador, y quien sabe porqué al Rey se le ocurrió prestarle atención al ganador... Era él, el impertinente ladrón de su más lejana y ajena posesión, que compartía su éxito con el público y dolorosamente con Ella, que le sonreía dulcemente, lo acariciaba y besaba sin parar.
Aunque los organizadores no lo habían dispuesto así, los perdedores de este último evento fueron decapitados al llegar el atardecer, según una orden personal y directa de Su Majestad.

Para la noche siguiente programó una cita privada con la feliz pareja. Todo acompañado por un banquete, regalos y condecoraciones.
– El asunto es simple: Todo mi poder, mi corona, mis tierras, mis propiedades y mi reino a cambio de tu dama – le dijo al joven, que no alcanzaba a comprender del todo la situación. Y luego de un trago largo de vino tinto prosiguió – todo en términos enteramente legales que te garantizarán un total reconocimiento como Nuevo Rey.
Ya que es un trato para toda la vida, les doy siete días para que lo consideren. –


La vida rodeado de pobreza empezaba a incomodarlo. La ropa sucia, los cuartos chicos, la humedad, el frío y la comida monótona semejaban una tortura de veinticuatro horas de duración. Pero todas estas calamidades desaparecerían cuando oyera ese "sí" rotundo a su propuesta.

Los habitantes de Ventrath no dejaban de asombrarse con los cambios que el amor había producido en el alguna vez egoísta y perverso Rey. Para su nueva vida de campesino humilde ajustó varios detalles. En un lapso de dos días mandó a construir su nuevo hogar del tamaño de todas las casas de la aldea, con habitaciones para los futuros hijos (cuatro, una para cada uno), los familiares y los huéspedes. Otra para los trofeos de caza y hasta una para los futuros nietos. Todo estaba perfecto. Solo faltaba ese "sí", que llegó al finalizar la semana.

La joven se despidió llorando de su amor que partía hacia la realeza, los lujos y un vacío insustituible. Pero era lo mejor para el pueblo, porque si bien el Rey parecía haber propuesto el canje en buenos términos y sin ninguna aparente coacción, la pareja no quiso arriesgarse a decir que no.
Y esa misma noche, el tantas madrugadas deseado acto no se hizo esperar un segundo más. Esa noche fue suya. Y las demás también.

Un poco más de un mes había pasado y el campesino extrañaba algunas ventajas de su riqueza. Pero nada se comparaba con la pertenecia más valios que tenía y que lo esperaba en su cálido hogar con una sonrisa incondicional.
Ahora todos los pueblerinos se habían reunido para festejar el cumpleaños del padre de la muchacha. Nadie estaba ausente. Todos estaban contentos cantando, comiendo y celebrando el presente de algaravía.

Por primera vez y sin previo aviso el flamante Nuevo Rey visitó Ventrath acompañado por doce caballeros y diez arqueros a caballo, interrumpiendo la celebración. Como si se tratara de un acto programado con anticipación, el Nuevo Rey extendió una mano y ella subió al Corcel Real con una sonrisa que no pudo ocultar, se acomodó en la parte trasera y abrazó con ternura al jinete. Luego lo besó tremendamente.
Un portavoz del Rey argumento que se trataba de la cobranza habitual de tributos,
saludaron cordialmente y se disponían a retirarse cuando el nuevo campesino se abalanzó – o al menos eso intentó – contra el animal recubierto por finas mantas de seda bordadas con hilos de oro y plata.

Dos flechazos recibió: Uno del arquero experto, que, cumpliendo con su deber, lo lesionó gravemente. El otro, el que le dio el golpe de gracia, fue producto de la terrible tristeza y la irremediable impotencia que le oprimió el corazón hasta reventárselo.

A mitad del viaje, la futura reina preguntó a su nuevo Rey:

– ¿Por qué tardaste tanto? –
– Asuntos Reales
– respondió Su Alteza.
 

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