15.6.04
Apenas una reflexión
Tan sólo un instante. Apenas un santiamén en la infinidad del tiempo. Nada más que un segundo insignificante en la vida... o una vida insignificante y nada más en un segundo.

Uno tiende a confiar en su propia suerte con respecto a los asuntos de las desgracias. Miramos con cómoda distancia lo que acontece en los canales de TV y los noticieros aferrados a esa visión Hollywoodense de irrealidad mediática. Apenas ante hechos como los del 9 del 11 frotamos nuestros ojos, o nos pellizcamos sútilmente para corroborar que, efectivamente, la realidad a veces supera a la ficción. Pero siempre confiamos en nuestra suerte. En la diversidad de factores que, multiplicados por el azar, hacen que las probabilidades de que nos toque pasar una mala sean vaguísimas, remotas.
Sin embargo, cada tanto las serenas costas de nuestra tranquilidad suelen sufrir inundaciones de realidad que percibimos esporádicamente, que miramos de reojo, como no queriendo hacernos cargo.
El domingo por la mañana desayuné con la noticia de la muerte de Lisandro Barrau, un pibe de 24 años, murguero, que iba con un amigo en la moto en pleno centro de Buenos Aires hasta que llegó a un control policial. Los agentes que allí esperaban, le hicieron señas de que descendieran, mas el que conducía el vehículo hizo caso omiso de la orden. Sin dudarlo, un oficial desenfundó su arma y le disparó a Leandro en la nuca, matándolo en el instante...

Tan sólo un instante. Apenas un santiamén en la infinidad del tiempo. Nada más que un segundo insignificante en la vida... o una vida insignificante y nada más en un segundo.

Sería una estupidez de un medio que no pretendo ser ponerme a escribir cursilerías con respecto a este incidente. Caer en el latiguillo "era un pibe bárbaro, lo quería todo el mundo" no me lo perdonarían los más grandes escritores periodistas de la historia ni yo mismo. En definitiva, poco sé de Lisandro y no es la intención de esta nota hacer más leña sobre un árbol tan venido abajo y empleado para otros fines.
Lo que definitivamente si sé es que en ese preciso momento varias vidas se volvieron insignificantes en un parpadeo eterno, que ya no tiene vuelta atrás.
Por alguna extraña razón esta vez la filtración de realidad llegó a mojarme los dedos en mi placentera isla de tranquilidad. Quizás sea por la cantidad de factores en común que encontré con el tipo de vida de Lisandro, por sus familiares que -desesperados- fueron hasta la comisaría a clamar por la cabeza del asesino o simplemente porque quizás el agua ya está a la altura del cuello y no parece que vaya a bajar.
 

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