20.6.04
Un cuento
Errores (de cualquier tipo)

Martín se levantó con un fuerte dolor de cabeza. La noche fue larga y tediosa y fueron muy pocas las horas de sueño dormidas. La discusión de la noche anterior con Carolina había sido muy fuerte y sentía que el asunto se le escapaba de las manos. ¿Si la amaba, por qué le costaba tanto demostrárselo?
Se sentó en la mesa y se sirvió café en una taza blanca que decía Tincho te amo. Mientras tomaba la infusión pensaba una y otra vez lo mismo: "se me está yendo de las manos".
Se conocieron en una fiesta de un amigo en común cuando los dos tenían 15 años. Cuando fueron presentados, ambos sintieron una extraña sensación en el estómago. Como si mil mariposas recorrieran su interior. Desde esa misma noche estaban juntos. Habían convivido toda su adolescencia y habían entrado a la adultez de la misma manera, juntos.
Sin embargo las cosas no marchaban como antes. Martín gradualmente había dejado de prestarle atención y en él escaseaban los detalles que fortalecen a las relaciones. Ya no había tantos regalos, y casi ningún te amo o te extraño. El motivo era muy claro: entre la carrera y el trabajo, se le hacía muy difícil estar bien durante el día. Ella en cambio no trabajaba ni estudiaba. Como pertenecía a una familia muy rica eso no era necesario. Pero si sentía que algo raro estaba pasando. Aunque estaba ofendida amorosamente, seguía haciendo las mismas cosas que cuando era joven, porque lo amaba como a nadie.
Martín se levantó para lavar la taza y el plato donde había comido esas tostadas quemadas. Mientras lavaba los trastos, con una sonrisa enorme que le dividía la cara en dos, llegó a la conclusión de que esa misma tarde iría a la casa, le tocaría el timbre y cuando saliera le daría el beso más apasionado que jamás le había dado. Acompañado por un ramo de 27 rosas, le reafirmaría su infinita pasión hacia ella y su completa dependencia hacia ella. Se puso el traje que Carolina le había regalado para el bautismo de su sobrina, tomó la camioneta, la billetera con la tarjeta de crédito y se fue.
La camioneta llevaba una velocidad media. No había apuro, no está vez. Todo era tranquilidad. Cuando conducía, Martín se esforzaba por recordar las flores favoritas de su amor... Rosas, se mentía. Fresias, se engañaba. ¡Violetas!, sí, violetas, como su color preferido. Encontró una florería y le compró, como había decidido anteriormente, un ramo de 27 flores hermosas, casi tan hermosas como ella. Su próximo destino era la joyería. Una vez ahí, Martín pidió por el mejor anillo que tuviera el local. Le trajeron uno perfecto, de un oro purísimo como el amor que él sentía hacia Carolina. Cuando estuvo hecha la inscripción interior, se marchó.
La camioneta iba a una velocidad bastante alta. Estaba apurado y ansioso. No veía la hora de verle a su amada incondicional la carita de ángel que pondría cuando lo viera llegar. Mientras conducía, con su mano libre sostenía la reciente adquisición. Una y mil veces repasaba la inscripción que acababa de elegir. No lo convencía del todo...
Martín no vio el taxi que se cruzó con el semáforo en rojo. No estaba lo suficientemente atento. La camioneta quedó dada vuelta, con las ruedas hacia el cielo y el techo apoyado contra el pavimento. El taxi quedó incrustado en un local que estaba cerrado. Cuando la policía logró sacar el cuerpo sin vida del muchacho del interior del automóvil, un pequeño anillo dorado cayó de su mano inerte. En el borde interior llevaba una pequeña inscripción: "Te amo con locura, casate conmigo".

Errores urbanos
 

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