8.6.05
Nosotros
Nos conocimos aún siendo nenes. Vos no habías dejado del todo las muñecas, y yo en secreto jugaba con autitos y trenes. Sabíamos muy poco uno del otro, y la vida nos había cruzado muy pocas veces. Pero siempre que estuvimos frente a frente, ambos sentíamos la certeza de que jamás nos seríamos indiferentes.
Producto de la mera casualidad o del meticuloso destino, comenzamos a hablar y conocernos; a caminar juntos nuestro camino. Las tardes perfectas y las noches eternas de calma sirvieron de pretexto para que cada uno fuera mostrando el mapa de su alma. Así supe que vos llevabas un corazón que pedía a gritos que alguien lo acurruque. Y por tu parte supiste enseguida que el mío clamaba porque alguien lo eduque. La niñez se puso la ropa de la adolescencia, y nos embaucamos de lleno en esta historia que la resume la palabra pertenencia.
Juntos aprendimos a desafiar al tiempo inapelable, a compartir asuntos ingobernables, a hacer el amor hasta que el orgasmo parezca inalcanzable. Cuando las presiones y preocupaciones del mundo tomaban dimensiones dantescas, era cuestión de acudir a tu hombro para que en ese mismo instante, como por arte de magia, todo mal desaparezca.
Sin embargo atravesamos pasajes grises, en los que como un verdadero tonto olvide que las tuyas eran mis raíces. Regresé a vos como el niño que vuelve a casa luego de haber estar perdido, y jamás encontraré forma alguna de agradecerte que de igual forma me hayas respondido. Obviamente tal aprendizaje no iba a pasar inadvertido, por lo que de adolescentes a casi-adultos pasamos a estar vestidos.
La marea trajo a nuestras calmas orillas los primeros signos de que estábamos creciendo: responsabilidades, atribuciones e intereses personales arribaron como mensajes en una botella que uno a uno fuimos leyendo. Apoyándonos mutuamente y con una determinación abrumadora, el amor creció en dimensiones oceánicas hasta convertirse en una aplanadora. Todos envidiaban sanamente la fortaleza de lo que día a día con ladrillos de pasión construíamos, y por la noche, abrazados al igual que cuando éramos nenes, hasta la llegada del amanecer como dos ángeles dormíamos.
Una vez que comprendimos de lo que éramos capaces con un cariño tan penetrante, todo lo que siempre quisimos lo obtuvimos en un instante. La lluvia pasó a ser eternamente nuestra; el mar y el río antes de dejarlos suplicaron de nuestro amor, una última muestra. Llegué, mediante tu carita llena de alegría, a arrebatarle las rimas más hermosas a la poesía. Me regalaste tu ser de mil maneras diferentes; mediante cartas, canciones, libros, poemas y besos que nunca consideraste suficientes... Para ese momento estaba todo muy claro: ya no se trataba de otra cosa que de adultos en pleno funcionamiento.
De la mano de una confianza blanca, pura sólida como marfil y de un enamoramiento muto tremendamente intenso, me diste a conocer deseos tuyos que me dibujan una sonrisa cada vez que los pienso. La idea, pero que me elijas para hacerte mamá en un futuro es algo que aún hoy me desvela.

Hoy estás lejos de mi, tu incondicional pretendiente, sumida en asuntos que es cierto que hace tiempo tenías pendientes. Y también sé que en esta búsqueda de tu identidad indiscreta, descubriste vida en otro planeta. Pero sé que mi amor por vos es demasiado profundo, y que tu corazón, tu alma y tu cuerpo saben con certeza que pertenecen a este mundo.
 

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