31.12.04
Año nuevo (feliz queda a criterio del lector)
Es una sensación extraña en el estomago, que se siente como una pesadumbre sobre todo el cuerpo. La mente tampoco se queda afuera del asunto: cuesta creerlo, se complica asimilarlo del todo. Es como si una parte del cerebro quisiera aferrarse a la ilusión de que se trata de una película hollywoodense donde ocurren catástrofes que por alguna razón son detenidas antes del caos total.
Pero gradualmente la ficha va cayendo del todo, ayudada por programas de TV que repiten cifras mortales como si se tratara de acciones de la bolsa; potenciada por cronistas en el lugar que asumen un rol que nadie les ha pedido de "justicieros" del pueblo; animada por el reproche general de una sociedad totalmente hipócrita, que señala con el dedo qué es lo que debería haberse hecho.
Como bajo los efectos de un deja-vú macabro, los hechos me retrotraen a acontecimientos similares, con fuego voráz, o lluvias en exceso aniquililando la normalidad de un lugar, la serenidad de la cotedianeidad. Se repiten las imágenes de los que hablan sin saber, de los que se llenan la boca sin hacer. Qué cómoda resulta la postura de criticar e instruir que medidas de prevención debe considerar una sociedad que pretenda disfrutar de un espectáculo... qué simple debe ser, cuando los cuerpos sin vida te pasan por al lado sacados de la zona por almas movidas por el simple impetú humano de ayudar. Pero claro, ensuciarte las manos y perder un par de horas de sueño por dar un poco de ayuda significa mucho más esfuerzo que hablar al pedo, no?
¿Con qué cara se entromete a una idea tan utópica en estas circunstancias como la justicia o la correcta accion política cuando la sensación implacable que reina es la tristeza fusionada con la impotencia y el dolor? Realmente no creo que a los familiares de ninguno de los chicos que fueron a ver a Callejeros ayer a la noche les quede alguna consideración por el concepto de justicia, cuando lo que les tocó vivir es tan humanamente injusto que nos hace replantear si de veras hay alguien ahí arriba...
Y como siempre van a aparecer los responsables, que le propinen a la conciencia popular una tranquilidad que todos sabemos que será totalmente pasajera: el pibito que jamás pensó que su fanatismo podría costar tan caro, el negligente dueño que por sumar más en sus arcas metió el doble de gente de lo que soportaba el boliche, el gobernante de turno a cargo de la seguridad de estos eventos que hizo la vista gorda... todos pagarán los platos rotos de una sociedad que no entiende que no se trata de prevenir que curar y culpar, sino de asumir conciencia real de una vez por todas.
Porque en esta monótona historia los próximos meses se duplicarán los controles y las medidas de seguridad, aunque gradualmente -como ha quedado demostrado a lo largo de todos estos años- el pueblo se va a olvidar lo ocurrido hasta que Crónica nos regale otro titular en su tapa sobre la próxima catástrofe que por inconcientes nos toque vivir.
 

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