27.9.04
En la vigilia
Quizás mis sentidos en ese instante son tan agudos que percibo al mundo impregnándose a mi piel como rocio de primavera. Es que existe un encantamiento que producimos cuando finalmente nos quedamos solos; capaz de detener al óceano y a cada una de sus gotas cuanto tiempo lo deseemos. Que puede coaccionar a la luna para que baje y brille fatuamente sólo para nosotros. Tan potente que dejaría al más vigoroso estruendo de un terremoto lleno de orgullo, como el sutil aleteo de una mariposa volando hacia la libertad que le negaba la prisión de su capullo.
Tal vez sea yo que tengo una admiración por el poder que desata la magia de tu sonrisa. Pero me resulta imposible no quedarme perplejo ante la imponencia de tu mirada, que teje a mi alrededor un sortilegio de quietud que quita toda capacidad de reacción. De la misma forma que una luciernaga en la telaraña, caigo una y mil veces en la trampa de tu amor. Y por más que intente obrar algún hechizo que contrarreste tu control sobre mi espiritú y mi corazón, mis trucos resultan mera brujería frente a tus conjuros de implacable seducción.
Acaso mi mente desconcertada lo exagere todo, pero cada uno de tus dedos resultan suaves notas musicales que componen una gesta de deseo única al acariciarme. Tus silencios señalan las pausas en este pentagrama lleno de lujuría, cuya única clave de sol es pertenecernos para toda la eternidad. Y la cadencia dulce de tu respiración va marcando el ritmo de esta canción, que quiero seguir escuchando infinitamente en la vigilia de este sueño que le procura a mi alma su total reparación.
 

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