12.8.04
Retrato de una obsesión
Es probablemente la mujer más hermosa del mundo. Apenas supera el metro y medio de estatura, pero dicen que las cosas buenas vienen en envases pequeños. Los ojos verdes parecen gemas preciosas olvidadas por algún Rey obnubilado por la belleza de este exquisito ser. El cabello negro como mil noches cae sobre el rostro de facciones suaves como la miel y se asemeja a una lluvia de oscuridad total, ante la cual es imposible no estremecerse. La piel, de color cobrizo, tiene la suavidad de la seda de oriente, pero la temperatura de las calderas del mismo Averno: un simple contacto cuerpo a cuerpo basta para que sucumba el corazón más recio. Dos elevaciones se alzan por sobre el todo, y entre sus curvas se puede permanecer toda la eternidad disfrutando, evadiendo la vorágine de la rutina. La planicie que lleva hasta la cavidad del ombligo está decorada con algunos lunares esparcidos por ahí, como piedras de un camino que conduce hacia la felicidad y el placer corporeo. Aunque allí apenas cabe una almendra, es en definitiva el lugar donde tiempo atrás la naturaleza comenzó su danza inpredescible de enigmática hermosura.
Se va acabando la pequeña porción de perfección humana. El curvoso sendero de sus piernas desemboca en el diminuto valle de los pies, donde pese a la menudencia, el resto del universo es insignificante.
 

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