3.7.04
Espejo del deseo
Ella salió de su casa con la mejor ropa con la que contaba, recién bañadita y producida a full para arrancar corazones. Según cuentan los ángeles que desde el cielo la vieron pasar esa tarde, hasta el mismo Maestro se asomó por una nube y se felicitó a si mismo por la majestuosidad de la obra que 21 años atrás él había creado.
El ser humano es un animal que admira la belleza ajena y la propia en cualquiera de sus ámbitos, en cualquier aspecto, primordialmente el personal. No es pecado mirarse una y otra vez en el espejo en búsqueda de un equilibrio-íntimo temporal que nos propine una tregua interna con nuestro -casi siempre- alicaído ego.
Ella subió la rampa de la estación de tren de siempre para ir al trabajo, radiante, en llamas. No existía ninguna razón particular para tanto despliegue de producción y arreglos más que la propia satisfacción de sentirse mujer, de demostrarse que cada tanto una lavada de cara en el look tiene un sentido actoral tan extravagante como divertido. Jugar a ser otro ser.
Es increible que la armonía con el cuerpo repercuta como una bomba de estruendo en los tímpanos de la mente y nos haga encarar el día de otra manera, más amena, más feliz por apenas dedicarle unos minutos más al cuidado de los aspectos externos. Pero así es: Una especie de máscara de lo que no somos -y jamás seremos-; un disfraz de un sueño inconciente e inalcanzable... la perfección.
Ella estaba llegando al molinete del andén cuando se percató de que el tren ya estaba casi listo para salir y que, en el extremo opuesto, el guarda de la estación tronaba a viva voz su silbato indicando que se estaban por cerrar las puertas. Tan rápido como pudo sacó su boletó y lo insertó en la máquina, al tiempo que el empleado ferroviario le hacia señas de que le estaba deteniendo la puerta: todo un caballero.
En el mismo momento que ella estaba ingresando en el vagón celebrando su suerte, con total vehemencia y descaro el guarda le aplicó un tremendo sarpazo en uno de sus redondos pechos, aprovechando la imposibilidad de la reacción y la defensa de su presa mientras la puerta se cerraba.
La belleza es un arma de doble filo cuyo precio por garantizar un pasaje de tranquilidad, bienestar y homeostásis a veces suele pagarse muy alto, en manos de bestias irracionales que no pueden contener su instinto de acabar con el castillo de ladrillos sutiles levantado poco a poco.
Tal como sucede con las pertenencias de mucho valor, la hermosura es un bien muy preciado que no siempre conviene ostentar.

*Nota inspirada en la Estación de Martínez en un viaje a cualquierparte.
 

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