16.7.04
Hola...? hay alguien ahí?
Soy todavía un pendejo, aunque ya pasé hacer tiempo la adolescencia. A decir verdad, la puerta de entrada al terreno de la adultez asoma muy lejos en mi horizonte, sin embargo ya puedo percibir su inminente llegada y en cierta forma cómo va a ser. Soy un pibe común, de la clase media, con sus propias dudas y miedos, con sus certezas y sus convicciones. Me conformo con lo que tengo y lo que no puedo tener no me aflige. En este sentido tengo mis lujitos cada tanto, juntando algo de guita y con algún que otro sacrificio menor. Así poseo, luego de haber cumplido mi condena durante 6 meses con Visa, mi propio celular. No tiene pantalla color, no manda mensajes de texto, no me dice como están mis acciones en la Wall Street, no tiene el pronóstico del tiempo y obviamente no posee cámara de fotos. Es un télefono, hecho y derecho y nada más. El uso que le doy es el de cualquier pibe común, que quiere poder ubicar a quién sea -o ser ubicado por quién sea- en todo momento... ventajas de la era de la comunicación que le dicen, vio? Debe haber miles de personas normales en todo el país que utilizan el teléfono de la misma manera que yo y que -más allá de los chiches que el juguete posea- tienen el servicio solamente por el servicio en sí mismo. Tipos grandes, pendejos, madres, laburantes, desocupados, abuelas, gordos, flacos, fieles y no tanto; y la lista continúa perpetuamente y es tan amplia como la diversidad del ser humano. Sin embargo, el monstruo-mercado no nos contempla a todos en sus insondables cánones: en lugar de acuñarnos y representarnos ha optado por fabricar un prototipo de usuario que no existe, que es de plástico. Así, podemos ver las miles de propagandas que recibimos por la cabeza -y que entre otras cosas han llevado a nuestra generación a creer que no existe la posibilidad de sobrevivir sin adquirir un móvil- mostrandonos humanoides empleando las propiedades de la telefonía celular en usos que están a miles de años luz de nuestra galaxia de realidad. Vamos, no creo que ninguna de las personas que están leyendo esta reflexión hayan realizado alguna vez un salto abismal hacia el interior del gran cañon con su grupo de amigos, o que en un boliche -que pretende ser un extracto de la vida nocturna del argentino estándar- existan únicamente flacos con lomo de stripper y minas con curvas de top-model religionando el culto de la apariencia y el materialismo. ¿Cómo pretenden que uno se identifique con un chabón que tiene en la mano una nave-teléfono que le permite ganarse una mina con sólo sacarle una foto cuando sigo apelando a la infalible parabólica humana para llamar a mi mamá y avisarle que me deje comida en el microondas?
Pero lo más triste es que compramos, una y otra vez, la pildora que no tiene absolutamente nada que ver con nuestros síntomas de verdad y existencia. Esa es la que más nos gusta, porque amamos jugar a que somos lo que no somos. Y entonces vemos a la flaca cagándose de risa del pobre pibe -que podrías ser vos, o yo- comparándolo con su perro y decimos, como a lo largo de nuestra historia: yo quiero eso, al tiempo que sepultamos bajo tierra la pequeña voz decepcionada que clama a gritos que prevalezca la verdadera humanidad.


 

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