24.11.04
No partiste, y ya te extraño
En esta época del año la cosa se torna algo incomprensible. Debe ser producto de las altas temperaturas que, de algún modo extraño, inflingen a nuestras neuronas un atrofiamiento temporal que impide que carburen a toda revolución.
De todos los estados, este es el más raro. Repentinamente las calles se impregnan de una película grasosa e hirviente, que viene acompañada de la peor -o la mejor, según se quiera mirar- demostración de que el ser humano nunca terminó de aceptar quién es, qué es. Un ejemplo más de los miles que hay de la vocación actoral del alma, esa debilidad que posee por jugar a ser lo que no es.
Verano... ¿cómo una palabra con tanta música puede estar así ligada a una estación de sensaciones tan agobiantes? El aire escaseando en cada esquina, la ropa húmeda y salada adherida al cuerpo como un tatuaje hecho en una noche de excesos. Sobre los hombros el ambiente pesa toneladas, la jornada se torna perpetua... al fin y al cabo, respirar termina siendo una hazaña para unos pocos valientes.
Sólo por obtener a cambio alguna que otra frase obvia de esas que realzan el espiritú, tal parece que diciembre nos obliga a asarnos frente a un sol que azota con sus rayos como látigos de fuego sobre nuestra piel color blanco-invierno. No importa que el ardor de los días posteriores nos convierta en carne al rojo vivo que una leve brisa puede hacer desmayar: un penetrante estuviste tomando sol? o un profundo ¡qué bien te quemaste! valen la pena por tanto sacrificio y horas de exposición solar haciendo nada. El mandato parece casi una obligación social, un voto a favor del partido de la mente vacía: pegar colorcito, ponerse como un camarón. Desafortunados aquellos que el sol les produzca alergias, o los que simplemente prefieran permanecer a la sombra de la vanidad. Serán señalados cuando salgan a deambular como fenómenos de un Circo que no se da cuenta que el auténtico freak-show lo brindan gratuitamente los payasos de dorados abdominales como tablas de lavar, los gluteos como dunas metálicas y las piernas como troncos de bronce. Agentes Especiales de la Idiotes cuyo arduo entrenamiento los somete a un trimestre primaveral a puro desgaste físico para eliminar los eternos kilitos de más, que en el resto de los meses pueden existir sin problemas, pero no hay lugar para ellos a fin de año. ¿Por qué no aceptamos cómo somos? ¿Dónde queda extraviada la hoja del libro que nos recuerda que la cáscara no es lo más sabroso del fruto?
Aunque por suerte fuimos hechos para tolerar. Y hay que reconocerle al insoportable esplendor del estío algunas tardes en compañía de una felicidad soñada, frente al río implacable surcado por la tenue caída del sol. Noches en vela descansando sobre las reposeras vacacionales, escrutando a lo lejos las estrellas que prometen el regreso de un otoño restaurador.
 

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