13.10.04
Vida de perros
Gracias a la entereza que he logrado procurarme entre tanto desaliento implícito arrojado impunemente desde el piso de arriba y la pseudo-estabilidad que he logrado adquirir compartiendo mis miedos con mis semejantes de esta jauría de perros cuasidomesticados hoy puedo estar escribiendo esto, sabiendo en cierta forma quién soy. Aunque con profundos cuestionamientos hacia mi sentido común y mi proceder por naturaleza, también sé medianamente quién quiero ser. Tengo la certeza de que la respuesta la voy a encontrar al final de un camino que apenas si comienzo a andar, y puedo a través de un método de decantación que se adquiere cuando uno va dando los primeros pasos observar a quienes transitan el sendero junto a mi. Así, cuando la tranquilidad de la caminata se ve alterada por factores imprevistos, es posible detectar con claridad quienes intentan ayudar a los que no pueden sortear las filosas piedras en la senda; a aquellos que cuando alguno se encuentra perdido o deambulando con dirección incierta, tomándolo de la mano reanudan la marcha, tanteando de a dos el trayecto sinuoso que a tantos hace caer.
De la misma manera queda en deplorable evidencia el que opta por tomar el atajo para acortar tramos por la vía más fácil; el que no disminuye su velocidad al ver un transeúnte abatido por la longitud y la distancia hasta el destino. O incluso peor, el que propina el empujón definitivo para que caiga el que se hallaba trastabillando luego de haber dado con una dificultad. Posturas tan claramente diferenciadas entre sí como respetables, pero que van definiendo la vereda en la que uno prefiere situarse para descansar al sol.
Pero lo tristemente curioso no es descubrir que el hombre todavía tiene rincones muy oscuros por iluminar cuando se encuentra en soledad con su espiritú. Lo lamentable es percatarse de que en todo momento pende sobre nosotros como una espada de Damócles el juicio de los demás. La sentencia del qué dirán como una condena a cadena perpetua de mediocridad social. Sentir que quedar rezagado es sinónimo de ser último, o peor, que ser último es sinónimo de fracaso. Y como si eso fuera poco, soportar la constante denigración por parte de quienes nos inculcaron esa inventada necesidad de alcanzar una meta que responde más a una frustración personal que a un genuino deseo de crecimiento del otro. Toda una generación anterior acusando que somos unos mal educados... cuánta hipocrecia, cuanto caradurismo, cuanta falta de instrospección.
Sin embargo no todo es tan gris como parece. Quedan por allí, y también un poco más acá restos de una camada de perros que los más avanzados métodos de docilidad no han podido controlar. Que deambulan el camino impuesto porque lo así lo quieren, y si mañana desearan detenerse el tiempo que sea a descansar al sol, lo harán sin importar cuan fuerte suene el silbato adhiestrador que los obliga al resto a retomar el paso. Que haciendo caso omiso a la disposición que se ha infiltrado como un virus nocivo de cortarse en la individualidad del alma deciden permanecer en la jauría que los vio nacer, como ustedes y yo ahora, eligiendo no querer atender al estridente pitido: optando felizmente por desobdedecer.
 

--------------------------------------------------------------------------------------------