2.2.05
Vacacionalmente
Los pies descalzos absorbiendo las caricias del pasto salvaje humedecido por la cercanía del agua. La espalda contra la tierra virgen, disfrutando del comfort de un colchón de miles de kilometros de superficie. Los brazos flexionados amáblemente proporcionando una almohada natural para que la relajación de los músculos del siempre tensionado cuello sea total. Y la mirada entretenida por el desfile de interminables nubes que se pelean entre sí por semejar formas que la propia imaginación decida... La música proporcionada por cortesía de una orquesta de cientos de árboles de anchos troncos y hojas pequeñas surcadas por el viento, interrumpida ocasionalmente por el saltito de un pez que se asoma a curiosear y vuelve rapidamente al rio.
Sin dudas un estilo de vida ideal para una celebridad de los cuentos como Tom Sawyer; despreocupado, bohemio y sin otro motivo para vivir que la capacidad de disfrutar al máximo de una interminable rutina de ocio, esparcimiento y hazañas. Pero la triste realidad nos recuerda con crueldad que encarnamos personajes secundarios en una obra que siempre nos tiene trabajando en segundo plano, y que apenas por un breve lapso nos permite al fin protagonizar nuestra propia aventura del año, entitulada vacaciones.
Un drama dividido en 14 o 21 actos -según el actor- divididos en veinticuatro horas de duración cada uno, que nos tienen interpretando el papel de una persona en un estado fuera del tiempo, de la vóragine implacable de la sociedad y que se encuentra en un universo nuevo por conocer. Los escenarios donde dar lugar a esta representación varían generalmente, aunque tienden a ser paisajes con mar, montañas, costas y ríos. Así, a tientas en una escena ambientada a media luz, se va poniendo en marcha el espectáculo, descubriendo a la gente desconocida que habita la zona, los lugares obligados a conocer, los habitos distintos por tomar... la vida como debería ser en realidad.
La actuación continúa, y a medida que transcurren los capítulos, en forma paulatina la mente sumada al cuerpo comienzan a sentirse cómodos y a funcionar en unidad, como pocas veces sucede. Las mañanas cobran ese sabor a "no pienso quedarme en la cama" y las tardes se pueblan de "cuántas alternativas hermosas por hacer". La cereza de este postre se evidencia cada noche, cuando en el instante antes del sueño total la tranquilidad derrota los ejercitos de las obligación, que se convierte en un apenas perceptible mal recuerdo...
Sin embargo lo bueno dura poco, según se nos enseña de chicos para ir preparándonos. Y cuando la función va llegando a su mejor momento, ya con el actor intrínsecamente mimetizado con su rol a punto de concretar la metamorfosis de la obra a la realidad cotidiana, el telón cae inapelable sobre nuesta cabeza quitando el trance. Se cierra la puerta y sin ningún aplauso nos encaminamos al mismo rutinario camarín donde aguardaremos sin soportarnos hasta la próxima salida.
 

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