6.4.05
El Señor Soñador
Mucho tiempo atrás, en un lugar desconocido por los cartógrafos, existió un pueblo con características muy similares a las sociedades actuales. El mismo poseía una cantidad respetable de habitantes que desempeñaban en armonía sus respectivas labores y de esta manera, se mantenía organizado. El terreno en el que estaba asentado era rico en alimentos y era próspero para el cultivo, lo que le daba una gran importancia en cuanto al comercio, que al igual que hoy era la actividad más importante de esa época.
Pero había un poblador que se diferenciaba del resto ya que poseía el don de crear los sueños de los demás habitantes. Claro está que ninguno de ellos tenía conciencia de esta situación y creían -como muchos de nosotros actualmente- que los sueños se fabricaban en los oscuros y retorcidos laberintos de la mente. Estaban tan equivocados como satisfechos con esta creencia.
El extraño personaje día a día recorría los distintos parajes del poblado y observaba muy detenidamente a cada uno de los seres. Si estos actuaban de forma benévola, eran recompensados con sueños hermosos. Por el contrario, si actuaban en forma maligna, egoísta o hipócrita, eran castigados con horribles pesadillas, verdaderas visitas al infierno cada vez. En caso de notarlos tristes o desganados, provocaba sueños que dejaran a los afligidos alguna esperanza efímera o motivación para salir adelante, para volver a creer. Esta extraña actividad no la hacía por necesidad u obligación: simplemente no encontraba nada más reconfortante que ver la sonrisa mañanera del esperanzado, o la cara del alguna vez perverso ahora avergonzado y arrepentido de sus actos. Así continuó realizando su repetitiva pero a la vez reconfortante tarea por un largo tiempo. Hasta que sucedió...
Cierta vez, por error, contemplando un grupo de granjeros, desvió su vista unos metros y por primera vez se halló no juzgando un comportamiento, sino apreciando al ser más hermoso que jamas había visto, o soñado...
Perfecta por donde uno la mirase, con una sonrisa que semejaba el infinito, pechos que desafiaban cualquier gravedad, y por ojos dos gotas del más azul y vasto de los océanos.
Improvisó un discurso e inmediatamente se dio a conocer. No era muy ducho en las cuestiones sociales, porque desde el momento en el que descubrió su gracia supo que no debía entrar mucho en contacto con la sociedad que luego debía escarmentar o premiar. Por supuesto, a ella no le interesó en absoluto su presencia y rápidamente volvió a sus tareas de recolección de frutos agrios.
Desde aquel día, nada iba a ser igual para el señor soñador.
Con obsesión empezó a seguirla, escrutándola oculto en distintos lugares. Fue entonces cuando descubrió que el corazón de su mujer soñada latía por otro. Con cierto regocijo y sin meditarlo, se puso a observar los comportamientos y actitudes del afortunado hombre, a la espera de alguna actitud reprobable que le otorgara a él la chance de castigarlo. Pero con el tiempo comprendió que este, al igual que su mujer de ensueño, no cometía errores, no envidiaba, no provocaba maldades ni sentía depresiones. Estaba claro el porqué: poseían el amor en su estado más puro, no había necesidad de codiciar nada más.
Pasaba sus días y noches observándolos, obsesionado y obstinado al acecho, esperando el momento en que él y su don pudieran intervenir. Transcurría el tiempo y este instante nunca llegaba.
Simultaneamente, debido a la falta de atención, los sueños de los pobladores carecían de aparente sentido, eran notablemente más cortos y, lo peor, cada vez menos frecuentes. Despertaban intentando descifrar que significarían esas horribles y recurrentes pesadillas en las que un hombre desconocido aparecía de las tinieblas llevándose consigo a una hermosa mujer, no sin antes asesinar al hombre que estaba con ella. Una persona podía soñar una noche y no tener esa suerte sino hasta días -a veces semanas- después.
Cuando al fin comprendió que la pareja era feliz y que no había chances de que el amor cese, tuvo una macabra idea: Conduciría a la locura al hombre a través de las más atemorizantes pesadillas y los más infelices y angustiantes sueños que jamas había hecho soñar a nadie. Al mismo tiempo, haría aparecer en los sueños de la dama unas imágenes de un hombre -sospechosamente muy parecido a él en aspecto-, quien aseguraba que era capaz de hacerla feliz en cantidades insondables, jurándole por su vida que convertiría sus sueños en realidad.
Esa noche, la Luna, que era su media hermana, no brilló para él.
Con su objetivo cumplido -un hombre que se había quitado la vida, luego de arrancarse los párpados, y una dama, anhelando la llegada del hombre de sus sueños- reanudó su tarea de conquistador. Se mostró por segunda vez ante ella, que quedó atónita por la asombrosa semejanza que poseían su hombre soñado y el que se encontraba en frente.
Por supuesto, esta vez la dama aceptó gustosamente la precipitada propuesta de irse a vivir juntos.
A la mañana siguiente, él encontró el cuerpo de su amor sin vida, con una carta a su lado, que explicaba que su único sueño -extrañamente desconocido por el mismo Señor Soñador- era reunirse con su verdadero ser amado. Y que la única forma de hacerlo, era a través del sueño eterno.
Una desgarrante sensación de dolor sacudió el corazón del Señor de los sueños, quien no teniendo ya nadie por quien sentir o vivir, se reunió con la pareja en el más allá.
En cuanto al lugar donde sucedieron los hechos, poco a poco fue desapareciendo, al no haber aprendido a tener sueños propios.
 

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