24.7.05
Amor Platónico
Fanhmi estaba sentado con las piernas cruzadas, las manos sobre sus rodillas y la cabeza apuntando hacia abajo con los ojos cerrados. La luz que se filtraba entre las hojas del pequeño jardín lo revestía de un aura brillante que parecía provenir de su interior y el aire puro de tantos árboles alrededor le hacía circular las ideas con una fluidez asombrosa. A decir verdad, sentía mucha bronca por el castigo que acababa de recibir a mitad de la clase de Introducción al Ilusionismo Animado. Le parecía sumamente injusto que si el era un aspirante a mago con cualidades innatamente superiores al resto de sus compañeros, tuviera que aburrirse como un condenado mientras ellos aprendían las primeras nociones sobre el arte de la ilusión. Además, haber transformado ese aburrido e inanimado guijarro en una mariposa con alas de cristal que revoloteaba por sobre la cabeza del Maestro Ilusionista había sido no sólo un muy buen truco, sino un claro ejemplo de sus condiciones para la alta hechicería. Sin embargo a la autoridad de la clase le había parecido una falta de respeto, y justamente por eso ahora se encontraba en el Jardín de la Claridad meditando sobre sus actos.
En cierta forma le gustaba desafiar a las autoridades de la Escuela. E incluso disfrutaba cada día más de pasarse horas en el hermoso jardín, donde el tiempo inapelable se ausentaba del universo y una hora podía ser un segundo o bien un segundo una hora. Amaba conversar con las hojas de los extraños ejemplares de árboles que no se podían encontrar en otro lugar más que en ese jardincito. Le gustaba empaparse de sus anécdotas, reírse con su eterno cuchicheo entre ellas y empalagarse de la melodía del viento atravesándolas a toda velocidad.
Esa tarde, mientras continuaba con su meditación, sintió un leve zumbido cerca de su oído izquierdo, y enseguida lo volvió a oír del otro lado. Abrió los ojos para averiguar de que clase de insecto se trataría, y para su sorpresa cuando ambos parpados estuvieron abiertos, frente a sus narices flotaba con un brillo encantador una pequeña criaturita alada que resplandecía una luz blanca tenue y fatua.
Fanhmi había leído mucho sobre las Hadas que habitaban el mundo, sobre lo complicado que era encontrarlas y la hermosura que las caracterizaba, pero nunca se imaginó que tendría la suerte de estar frente a una de ellas en soledad, mirándolo a la cara con total curiosidad.
Enseguida se pusieron a hablar y comenzaron a conocerse. Así fue como él supo que su nombre era Gida, que en el lenguaje de la vida significaba Pura. También conoció cómo es que se produce el nacimiento de un ser tan inmensamente bello y celestial: las Hadas son hijas de dos sentimientos. Gida, por ejemplo, era el fruto de la unión entre el Amor y la Confianza. Luego el Hada le habló horas y horas sobre el origen de los bosques, de la eterna disputa con el reino de los dragones y como era vivir siendo inmortal. ?Imagina que la inmortalidad es como ese sueño del que nunca quieres despertarte?, le dijo intentándole explicar. Por último le confió que llevaba mucho tiempo viviendo en secreto ahí, y que hacía tiempo lo venía observando cuando meditaba pero que nunca antes se había animado a hablarle.
Por su parte él le contó todo cuanto sabía sobre el mundo de los humanos. Le habló maravillas del arte que produce la humanidad, y de lo incomprensible que resulta ver como con la misma mano que se pinta una obra de arte, el hombre también puede matar a un semejante. Por supuesto la maravilló con todo su arsenal de trucos, sortilegios y hechizos que conocía, y el Hada lo miraba con admiración al ver las cosas que el estudiante de Mago producía.
Finalmente el Maestro Ilusionista lo vino a buscar al caer la noche y la pequeña Hada desapareció al instante, pero él tuvo la certeza de que volverían a encontrase.

A partir de esa tarde, si Fanhmi había sido un alumno dotado de dones pero con cierta tendencia al desorden, ahora se había convertido en una completa pesadilla para sus compañeros e instructores. En menos de dos semanas lo habían enviado más de cincuenta veces al Jardín por sus travesuras que parecían estar hechas con algún propósito que desconocían. Además, ninguno podía explicar las risotadas, las canciones y los gritos de felicidad que provenían del lugar donde cumplía sus castigos, porque siempre que una persona aparecía en el jardín lo que encontraba era al aprendiz en soledad y silencio pero con una sonrisa inocultable.
Pasaron miles de mañanas, tardes y noches disfrutando mutuamente de su compañía. Aprendieron muchas cosas el uno del otro, pese a sus insalvables diferencias. Ella cada día se enamoraba más su efímera condición humana, esa que nos hace disfrutar de cada instante porque potencialmente puede tratarse del último de nuestra vida mortal. Y él, por su parte, cada vez se apasionaba más con la magia que la rodeaba, la inmortalidad que la caracterizaba, esa sensación de vivir ese sueño eterno del que uno no quiere despertarse jamás: el amor.
Pero de la pasión a la obsesión hay una distancia mínima, y Fanhmi comenzó a preocuparse por el hecho de que tal vez mañana él no pudiera seguir viviendo para disfrutar de su risita, de su encanto y de la melodía dulce que producía el batir de sus alas. Harto de no poder conciliar el sueño por culpa de la idea de no tenerla un día más, tomó la terrible decisión de incursionar en secreto en el fariseo mundo de la Magia Oscura.

Por las noches, cuando toda la Escuela dormía, se escabullía hasta la Torre Claustra donde sólo tenían acceso los magos más poderosos del lugar y revolvía los cientos de tomos pesados como un yunque cuyas páginas contenían los aspectos más negros del arte de la hechicería. Así descubrió un sortilegio complicadísimo de realizar cuyo nombre era Gar' ahl enizar, o dicho en nuestro lenguaje, Paso a la Eternidad. Para su nefasta sorpresa, uno de los pasos a seguir en el proceso requería el sacrificio de otra persona. Porque, según explicaba el libraco, se necesita el potencial de dos almas para que una de ellas ascienda.
Pero a esa altura su nivel de trastorno sentimental lo había llevado a la locura en niveles superlativos: ya no atendía a casi ninguna clase y no le interesaba relacionarse con nadie salvo con quien pudiera llevarlo por alguna razón al Jardín de la Claridad, donde paradójicamente todo se le hacía más confuso. Sus instructores estaban consternados con la condición del alumno, pero como suele suceder en estos casos, la docencia hace muy poco hincapié en las razones del alumno y jamás tomaron en serio su obsesión por las idas al jardín.


Finalmente, una noche, sigilosamente se introdujo en la habitación de los estudiantes de primer nivel, e introdujo dentro de un saco de papas a un jovencito regordete que había observado la tarde anterior jugando en el patio trasero de la Escuela. A toda velocidad y creyendo no haber sido escuchado, corrió hasta la punta más alta de la torre y una vez encadenado y amordazado el niño comenzó el imprudente ritual. Le había llevado un tiempo largo aprender a pronunciar esas extrañas palabras de esa lengua muerta hacía miles de años, pero con paciencia lo había logrado a la perfección. El último paso del sortilegio requería introducir, simultáneamente un puñal oxidado en el estómago de ambos cuerpos.
Pensando solamente en su amor y su deseo de vivir eternamente a su lado sin injerencia del tiempo egoísta, levantó ambas manos para dar la estocada fatal. Sintió como solamente una de las dos dagas se introducían en la carne... su carne... y antes de caer al piso desangrado pudo observar en la puerta del cuarto al Maestro Superior con su vara de tejo en alto inmovilizándole el brazo que sostenía el cuchillo destinado al vientre del pequeño estudiante.

Al día siguiente, el Maestro Superior reunió a todos los demás magos, estudiantes y miembros de la Escuela en el Jardín de la Claridad y explicó el extraño incidente. Con un tono severo pero apacible explicó que la magia negra tiene métodos tremendamente engañosos y tentadores, pero que el paso a la eternidad sólo era posible de alcanzar para un alma enteramente pura... Pero ocultas entre las hojas en la copa de los árboles flotaban con un brillo encantador dos pequeñas criaturitas aladas que resplandecían con una luz blanca tenue y fatua.
 

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