29.11.05
Amor Ancestral
Inmediatamente después de haber recibido esa atroz sentencia por parte de El Sol supo que, sin pensarlo, había traspasado esa delgada línea que ninguna otra estrella había osado pasar jamás, pese a que la gran mayoría moría de ganas de hacerlo. En verdad, sus semejantes celestes le habían advertido reiteradas veces que tuviera cuidado, que intentar alterar el orden del cosmos no era asunto de una simple estrella sino que le competía a astros de mayor jerarquía como los planetas, los meteoros y las galaxias. Pero como todo lucero azul, obstinado por naturaleza, siempre había hecho caso omiso a toda prohibición o consejo de sus colegas, y le había dado rienda suelta a sus sentimientos, a sus emociones, a sus deseos de ir más allá del más allá.

Fue así como, muerto de curiosidad tras escuchar una y mil veces acerca de la hermosura de La Luna, decidió romper la Ley Magna del Universo y abandonó su posición en el firmamento para emprender un viaje de miles de años-luz con el sólo fin de poder apreciar con sus propios ojos si lo que se decía sobre ella era cierto.
Le bastó con verla durmiendo en la tranquilidad del espacio-tiempo sin horas para corroborar que su belleza superaba por lejos la barrera de la hermosura. Que no existían adjetivos en la infinidad de la vida planetaria que pudieran terminar de describir tanta preciosura.

En ese momento una profunda mezcla de sentimientos extraños pero reconfortantes invadieron su existencia: ¿qué eran esas cosquillas en su interior? ¿Cómo explicar esa certeza de que sus pupilas ya no podrían olvidarse nunca de esa porción de perfección galáctica que se encontraba frente a sus ojos? ¿Por qué si tenía a su disposición cientos de bonitas estrellas fugaces que morían por colisionar contra él, todas habían quedado al instante relegadas a un segundo plano sideral?
Pero a continuación lo sacudió un brote de bronca tremendo, lo dominó una impotencia ancestral, que lo antecedía... ¿Quién había dictaminado que ella tuviera que permanecer inmaculada eternamente, alejada de todo y de todos? ¿Quién había decidido negarle la posibilidad de sentir el verdadero fulgor? ¿Por qué él debía obedecer a ese mandato déspota y alejarse en silencio para soñar el resto de sus días-luz con aquella radiante figura blanca que brillaba tenue y hermosamente ansiando poder estremecerse?
Sintió una necesidad imperativa de hacerle saber de su existencia, de todas esas sensaciones de amor desbaratadas e irracionales que ella y sólo ella le provocaba. Después de todo era lo más justo, ella tenía todos los derechos de autor.
Entonces sin reparar un segundo en las consecuencias nefastas que su acto traería atadas, la despertó de su descanso y le confesó absolutamente todo cuanto sentía.

Y para su enorme, eterna, insondable e impensada sorpresa, La Luna le respondió:

- "Siempre supe que existías. Siempre supe que algún día vendrías por mi. Siempre supe que no te importaría el cruel castigo que te espera por estar acá. Siempre supe que me bastaría con verte para ya no querer dejarte ir nunca más. Siempre supe de la imposibilidad de que esta locura de pasión pueda seguir en estas circunstancias... Pero por sobre todas las cosas siempre supe que lo nuestro va a ser, no sé cómo ni cuando, pero va a ser... y será perfecto..." -

Fue en el preciso momento en el que ambos colisionaron suavemente sus labios en un choque de dimensiones antológicas, cuando el intrépido lucero sintió como una terrible fuerza centrífuga lo alejaba a una gran velocidad sin que pudiera hacer nada al respecto. Una vez que el sacudón pasó y cayó de nuevo en sí, se hallaba frente a la imponente figura de El Sol, que ardía en llamas con una furia que lo recorría y le provocaba erupciones solares de proporciones titánicas.
El juicio fue moderado y corto. La sentencia, inapelable y perpetua: desterrado de los condominios del Universo, para siempre. Destinado a bajar del reinado del firmamento para quedarse el resto de sus días en La Tierra como un ser de mera existencia mortal más, como todos aquellos cuerpos celestes que alguna vez transgredieron la Ley Magna del Universo.

Hoy, a miles de kilómetros de distancia uno del otro, el lucero y La Luna se observan en silencio que no es silencio, aguardando pacientemente, escuchando ambos una y otra vez el sonido de esa certeza astral que resuena con fuerza en los tímpanos del corazón: "Va a ser... y será perfecto."
 

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